Silencio en la Sala.

Excavó él.

Le es difícil continuar vagando por el sendero,
abrumado, rodeado de musgo y barro,
poblado de arañazos de limón.

Hasta que logra perderse en los matojos de uñas,
para a gatas, conversa con sombras,
pierde el hilo del jersey.

Reza mil veces al día por si alguien le encuentra,
tapado por serpientes de silencio,
tumbado en el agujero.

Tattoo.

Le cuesta mirarse.

Si cada poro contase una historia, no todas serían animadas, aunque la mayoría serían de animación.

¿Quién no quiere sentir las ilustraciones de su vida?

¡Mamma Mia!

Mientras daba una calada, Mario recordó una seta que le hizo enorme, una flor que le hizo disparar bolas de fuego, una estrella que le hizo invencible.

Todos esos malditos viajes por las tuberías que le despeinaron el bigote.

Que duro ser fontanero.

Amanece.

Sereno oye un alarmante sonido de fondo, sofocado y agitado busca su origen.

Parecía un eco en la montaña, pero en segundos se asemejó más al radar de un submarino. Todo está borroso, oscuro e inverosímil.

Sereno da un golpe seco. No escucha nada. No hay alarmas.

Mujer ante el espejo.

Sus ojeras,
las disimulaba con el dorado de su cabello.

Su sonrisa,
la resalta con el plateado de sus rizos.

Inevitable.

Es inevitable sentir frustración al ver algo precioso dentro de una urna de cristal. No poder tocarlo ni apreciarlo entre tus manos.

Se te pasan miles de locuras por la cabeza para poder disfrutar de ese sentimiento, para alcanzar eso que tanto deseas. Para liberar tus sentidos y vivir un momento único.

En la vida se levantan muros, y a veces no se pueden romper.
Puedes intentarlo con todo tipo de métodos, asediarlo o escalarlo, y no conseguir absolutamente nada. Otras veces se agrietan poco a poco con el paso de los tiempos, o con la fuerza de tu voluntad.

Cuando se rompen, te das cuenta de que hay más, y más, y más… y de que si quieres seguir conociendo caminos nuevos, vidas nuevas, momentos nuevos tendrás que seguir luchando. Y así toda la vida.

A veces, te plantearás no seguir rompiendo muros, no seguir luchando por atravesar mundo y sentir cosas nuevas. Pero llegará un momento en el que dirás que no tiene sentido no arriesgarlo todo, para quedarse en un sitio que no te llena nada.

Al final, sacarás fuerzas de donde no las hay, e intentarás romper ese cristal y disfrutar del momento de tener entre tus manos esa reliquia, ese tesoro tan bonito, que te ha hecho sentir por un momento así. Como si solo tenerlo fuera suficiente.

Así, de esa manera.

Menudo lio.

Una operación a corazón abierto, un concierto de flechas  atravesaron mis adentros.
Cada una de la manera más fuerte y más oscura, más acción y sangre y menos ternura, no hay opción valida de supervivencia.

Ciego por la experiencia de la unión a un sentimiento, sordo por las secuelas del amor roto y mudo por la indiferencia hacia el mundo.
Levantarse es una opción, aunque no hay ganas de llevar a cabo dicha misión, sin color sin vida. Un laberinto sin salida.

Sin guia de instrucciones que me oriente en este mar, no hay ni un bien ni un mal, ni se va a hundir. Flotando como una botella con mensaje por el agua, el rumbo las olas lo marcan, se la lleva la marea.

Esta nublado como en los peores días de invierno, el frio eterno. La luz brilla, por su ausencia.
La felicidad, si existe no se conoce, la superación aparece y se desvanece. Tormenta sonora, más que lluvia rayos y truenos, miedo…

Sin comerlo ni beberlo, una flor nace del suelo.
Un tallo, crece poco a poco, y sin saber como toman sentido. Todas esas cosas que se han vivido, el laberinto, el mensaje, el frio y el miedo.

Menudo lio.

Suspiro.

Como la corriente creada al dejar varias ventanas abiertas,
el mismo efecto surge con la falta de acento en las palabras como tu,
no hay respiro,
ni para la gratitud de las personas que desean oírlo,
ni para el deseo de escuchar que el cariño está presente en todo momento,
no es posible que el piropo no te salga,
que el tacto no se exprese.

Como la palabra que más dice sin llegar a ser palabra,
parte de los cuerpos acostumbrados a estos fallos,
ya que el arte de la ausencia es tan grande y tan molesta
que solo de esta manera se expresa completamente.

Parte de la brisa que se crea si no estás
se expulsa como un huracán por la boca,
solo que suave y con un quejido sonoro,
que demuestra muchas cosas dichas
y aún por decir.

Parte del punto de la pausa o de la coma del segundo,
de pararse a pensar y reaccionar rápidamente,
de liberar de esta manera el interior de uno mismo,
para quedarse sin aire,
sin aliento,
flotando tranquilamente.

Payasitos.

Dos payasitos se encuentran manchando las paredes.
Saben bien que no son amigos.
Saben bien que nada importa.
Pero caminan como pingüinos rosas delante de un espejo.
Y es que alguien tiene que hacerlo.

Uno de los payasitos habla borracho. Deshilacha una palabra tras otra entre eructos de ballena. Es muy feo.

Uno de los payasitos esta ausente, como si la banalidad le violara por momentos. Sus pensamientos nebulosos se acercan al monte urbano donde habita esa libertad encarcelada que él bien conoce. Se le ve muy enamorado, apunto de resbalar por el barranco muerto de barro que esconde millones de plátanos. “Nadie se reiría” piensa él.

Uno de los payasitos es realmente feo. Aburre a la vida con las ensordecedoras epopeyas que narran las míticas batallas entre las hormigas y las ratas de papel. Piensa que “luego… luego…luego…” y es ayer. Sus ladridos absurdos no son más que risas como platos rotos.

Uno de los payasitos le canta a la muerte. Sus labios hechos de elefante desinfectan los diccionarios bordados. “¿Y si nada tiene sentido?” piensa él sonámbulo de pena.
Entonces la vida será su droga, la ausencia como un mar negro.

Dos payasitos se encuentran manchando paredes.
Saben bien que nada tiene sentido.
Saben bien que ni siquiera tiene gracia
Pero caminan como pingüinos rosas delante de un espejo.

Y es que alguien tiene que hacerlo.

Sin sentido.

Párate a mirar lo que te pierde de verdad,
donde te escondes de la adversidad.

El mundo que te libra de una realidad difícil de afrontar.

Todo lo que se desvanece en un humo oscuro y espeso,
que no te deja ver la ilusión de tu perdición.

La canción que entona un virtuoso de fondo
de un sueño intenso y vivo.

Cada vez más grande el umbral que transforma tu razón,
en un simple metal a punto de fundirse.

Una viñeta sin color que pese al dolor,
transforma el blanco y negro en un arte colorido.

En un sueño prohibido,
que vino a quedarse,
vino a liberar y a romper
las leyes que lo habían cohibido.

Plasmado en un cuadro,
clavado en la pared,
una locura por esta vez
verlo terminado.

Los ojos, la nariz, la boca
la mano que sola lo toca
el tacto suave que suena
a un lento instrumento de cuerda.

El pelo negro cual carbón
abrasador al sol y al amor,
loco al rizarse y cuerdo a lo liso.

Un todo, y de repente nada,
cuando dejas de ver la mirada
de fijarte en el mundo
de hacerte con el mando en un segundo,
y tomar el rumbo correcto mañana.

Eso si.
Mañana será otro día,
y todo…

Pero los recuerdos,
de nuestros puntos débiles
son lo que nos hacen más fuertes,
eso que hiere si se usa en contra nuestra.

Eso que si no lo ves,
… todo pierde sentido.

En guerra.

En una época en la que todo está muy torcido y negativo pensamientos violentos merodean por tu mente.
El nerviosismo reside en tu cuerpo presente las veinticuatro horas del día, la preocupación sazona tu vida y limita tus acciones más habituales.

El color desaparece de tu alrededor, el gusto dulce se eclipsa por uno amargo, el calor tiende a provocar un frío gélido y el tacto áspero es doloroso allá por donde vayas.
Los soportes de tu andar se fatigan con rapidez y tus mareos son tan corrientes como tus ganas de comer.

Repasas mil razones antes de cualquier situación, como haría un estudiante con la materia antes de un examen importante.
Intentas buscar soluciones a todos los obstáculos que presentan su oposición a tu andadura por el mundo, y no hay manera de revivir esa fuerza de tu corazón que era como el apoyo de un bastón de un señor en plena vejez.

Tal vez cada manía y una por una todas las tonterías que hiciste cuando aún eras un niño inmaduro, un capullo a medias que no engañaba a nadie con un interior frío pero amigable, han pasado factura a ese cuerpo con agujetas de vivir de lejos la felicidad que debería residir en cualquier joven de tu edad.

Ni una contienda verbal, ni un desahogo impulsivo en cualquiera de sus mejores versiones es capaz de amortiguar una caída semejante a la de un yunque tirado con malicia desde un alto piso encima de nuestra persona, como en los dibujos de la televisión.

Motivo de más para decir, que nadie dejará de estar en tensión con los demás mientras no logre paz de verdad con uno mismo.

Quisiera poder decir.

Quisiera poder decir que soy parte de esto que te esta sucediendo.
También, sentirme dentro de ello, complemento de aquello que te hace ser. Pero no puedo.

Quisiera poder decir que te afecto, que tengo efecto en todo tu entorno, en ti.
También en tus cosas, en tu mundo, en tus sueños… en tu vida. Pero no puedo.

Quisiera poder decir que tu y yo somos uno, que estamos unidos de la mano.
También que tenemos cosas en común, vidas semejantes, iguales… parecidas. Pero no puedo.

No puedo decir mucho.

Solo que nos quedan trocitos de existencia, trocitos que hace tiempo fueron uno.
Que en su momento, fueron algo, fueron alguien que lleno y consiguió cambiar vidas.

Momentos perdidos en un mundo donde el dictador que manda sobre ellos se llama Tiempo,
donde su ley de aprendizaje es dura…
donde sus ordenes son claras:

Sigue adelante, pase lo que pase… yo no te voy a esperar.

El camino.

Nuestra vida es un camino, un camino plagado de curvas, baches, rectas…
No es nada fácil continuar adelante.
No es nada casual, creo que para todo el mundo alguna vez se le crea una curva o un bache en su camino.

Aún así nuestro coche tiene gasolina infinita, no se acaba nunca. Y nunca frena, siempre sigue adelante. Tempus Fugit.

Pasan los días y los días, y sigues montado, viendo como el mundo de tu alrededor cambia, como cada vez aprendes más de lo que ves.
De lo que vives al fin y al cabo. Y no queda otra, porque no te puedes bajar, tienes que superarte cada vez mas. Dejar atrás lo que atrás se quedó, mirar adelante por lo que podrá venir, aguantar lo que te toca en cada instante.

No hay motivos para quedarse en la cuneta, aunque vayas rápido puedes aguantar bien el volante, y aunque vayas lento puedes irte de la carretera en cualquier momento.
Hay que ser frío y calculador en cada movimiento.

La esperanza es lo ultimo que se pierde, tu vida consiste en esto. Es un coche, una carretera, paisajes, otros coches, el mundo… solo eso.

Y no te preocupes, algún día ya se acabara la carretera.
Pero todo lo que se quedo atrás, siempre lo recordaras, todo lo que has pisado… se verá en los neumáticos de tu coche.

Los neumáticos hacen el camino.

Diluvia.

Diluvia.

En solitario por las calles oscuras de la ciudad, de vuelta a casa de un largo día. Cansado, agotado… aún así marcas un ritmo notable, tienes ganas de llegar.

La tenebrosidad del lugar te hace estar alerta. Todo está tan vacío, que se escuchan todos los ruidos de alrededor: las ratas merodeando por los cubos metálicos de basura,
las palomas alzando vuelo cuando te acercas, tus propios pasos al pisar los charcos creados por el agua, el sonido de las gotas al golpear contra los coches o el suelo…

Los nervios empiezan ha hacer estragos en ti, comienzas a acelerar el paso sin darte cuenta. Incluso miras por callejuelas por las que no tendría ni que pasar.
Te concentras en seguir el camino más rápido y más corto hacía tu piso. Pero no es suficiente para acaparar toda tu concentración.

Te da la sensación de que te siguen. Pero tienes miedo a mirar hacía atrás,
intentas mirar de reojo pero solo consigues ver tu sombra cuando pasas por debajo de las farolas de la calle.

Al doblar la última esquina antes de acabar el trayecto, miras con disimulo, pero miras. Nada, solo tú y tu sombra reflejada en la pared.

Los nervios disminuyen, coges las llaves y abres la puerta del portal.
Te miras al espejo del descansillo antes de empezar a subir. Te ves sudando, exhausto… y piensas: Quizás de verdad no me puedo fiar ni de mi propia sombra.