Tocar con los pies.
Si esas púas de los pies me hablasen, me dirían: Pisa más fuerte cobarde, suda y sangra el alivio, avanza, ten hoyos de dureza. Caminar podría ser acariciar la suavidad de las lágrimas rojas de nuestras pisadas, para encontrarse durmiendo en la claridad de lo rápido que hemos ido hasta mirarla. Si hoyos rizados del suelo me gritasen, me ensordecerían: Caíste, tantas veces, caíste, pinchaste, tantas veces, pinchaste. Descansar. Podría ser sonreír en reposo por los pinchazos, se fueron los pasos, con ecos de sonidos hermosos. Toqué con los pies.