Silencio en la Sala.

Corazón helado.

Un hueco en mi pecho invade el sol,
que ciegamente iluminaba mis pestañas,
agujero de basura escondida en un rincón
de la casa donde vi arder mis medallas.

En una feroz hoguera de autoengaños viles,
que fueron miles de misiles cargados al valor,
sentí el ardor evaporado de los sensibles
momentos que me dió el escondido amor.

No fui si no un engaño de mis bellas fechorías,
con impactos de explosiones matando mentiras,
zarandeando mis plegarias como un malabarista,
cayendo al infinito junto con mi lírica maldita.

Viví por supervivencia en el invierno asfixiante,
sin poder ver mientras caía la menguante estrella,
que vino a darme el frío aliento y su último calor,
y al fin congelado y con un copo por corazón.