Perenne.
Esas miradas que persigues desesperado,
como el olor que gusta y te eriza la piel,
se desvanecen hirviendo en lágrimas.
El calor del fuego prendido por la culpa,
por el dolor de la ausencia que castiga,
como un padre aprendiendo a cuidar.
Esos silencios presentes en las huídas,
en esa conversación de ascensor,
como si levitaran entre fantasmas.
No son más que lo que queda pendiente,
de un hilo que cosió nuestros corazones,
ahora es una lesión que curará sin ti.