Silencio en la Sala.

Naranja quemada.

Supliqué por un sentido
por una caja de zapatos,
para guardar mis pies, 
tras bailar
sobre un marco de arte empañado.

El olor,
naranja quemada,
jardín invisible,
fruto del soborno libre,
de mis zapatos sobre el rocoso calibre ambar.

No fui un tres sesenta,
quizá,
una vuelta tras otra,
noventa y dos mareos
de rentas,
de cobras envenenadas
que me asfixian.

No fui un cien,
si no una incógnita
perversa,
una fuga,
de belleza,
una fracción,
de bien.