Silencio en la Sala.

Partículas.

Sin duda la versión que vi fue diferente,
en la cuna de una culpa creciente,
en el jardín de infancia de un deseo ardiente,
en el gateo de un bebé corriente.

Caer sin que hayas visto el hallazgo,
del halago pintado en el esqueleto desnudo,
de la invisible personalidad y el flechazo,
de cómo un hachazo es directo y duro.

La ilusión dentro de esta devoción innata,
el lagrimal que expone el animal más tierno,
cierto e intenso, directo y fiero,
férreo como un mero muñeco de hojalata.

Bebe de la vertiente de los débiles creyentes,
que creen que el agua les dará poder, joven,
como una fuente existente, lo ven
y piensan ser indestructibles, creíbles y dementes.

Mas no será posible confirmar esa oración,
con perdón, ¡vaya sin razón!
No hay canción lista con esta partitura,
que cure el amargor de esta abstracta cura.

Ingerido el fluido solo se convierte en nube,
cubre ese horizonte ido, ahora, sin nada que lo alumbre
ciego avanza por el hielo resbaladizo,
que algún día herizó el bello herido.

Es que no es la forma si no el origen,
la unión de una conjunción de matices
que ante lo externo son sociopatas felices,
realizan cambios en su escala.

La verdad cala,
según la actitud del rumbo que narran
unas pautas ridículas que amarran,
y que te convierten en asma.

Respira.

Partículas.