Silencio en la Sala.

Payasitos.

Dos payasitos se encuentran manchando las paredes.
Saben bien que no son amigos.
Saben bien que nada importa.
Pero caminan como pingüinos rosas delante de un espejo.
Y es que alguien tiene que hacerlo.

Uno de los payasitos habla borracho. Deshilacha una palabra tras otra entre eructos de ballena. Es muy feo.

Uno de los payasitos esta ausente, como si la banalidad le violara por momentos. Sus pensamientos nebulosos se acercan al monte urbano donde habita esa libertad encarcelada que él bien conoce. Se le ve muy enamorado, apunto de resbalar por el barranco muerto de barro que esconde millones de plátanos. “Nadie se reiría” piensa él.

Uno de los payasitos es realmente feo. Aburre a la vida con las ensordecedoras epopeyas que narran las míticas batallas entre las hormigas y las ratas de papel. Piensa que “luego… luego…luego…” y es ayer. Sus ladridos absurdos no son más que risas como platos rotos.

Uno de los payasitos le canta a la muerte. Sus labios hechos de elefante desinfectan los diccionarios bordados. “¿Y si nada tiene sentido?” piensa él sonámbulo de pena.
Entonces la vida será su droga, la ausencia como un mar negro.

Dos payasitos se encuentran manchando paredes.
Saben bien que nada tiene sentido.
Saben bien que ni siquiera tiene gracia
Pero caminan como pingüinos rosas delante de un espejo.

Y es que alguien tiene que hacerlo.