Silencio en la Sala.

Baile de miradas.

Máscaras opacan
corrupción y engaño
muestran sonrisas.

Sollozo.

Caen temblorosas
gotas golpean rocas
agujeros crean.

Me vi.

Me vi, sombra rota en el espejo, fiel y herida,
con una onda gelatinosa de veneno tatuada,
una expansión de agujas de terror elevada,
rompiendo el cordón errático que la sostenía.

Me vi, olor sin rumbo, perdido y ahogado,
entre chispas de flores ardiendo en un volcán,
que deshace las notas dulces que las arman,
y aviva el calor que evapora lo nunca contado.

Me vi, respiración atascada, marchita y torpe,
en el sobrevivir al golpe cerrado de una nuez,
fruto de los bloqueos embarrados del bosque,
que estancan la pureza y la honestidad a la vez.

Me vi, inmovilizado, cerrado y débil.

Corazón helado.

Un hueco en mi pecho invade el sol,
que ciegamente iluminaba mis pestañas,
agujero de basura escondida en un rincón
de la casa donde vi arder mis medallas.

En una feroz hoguera de autoengaños viles,
que fueron miles de misiles cargados al valor,
sentí el ardor evaporado de los sensibles
momentos que me dió el escondido amor.

No fui si no un engaño de mis bellas fechorías,
con impactos de explosiones matando mentiras,
zarandeando mis plegarias como un malabarista,
cayendo al infinito junto con mi lírica maldita.

Viví por supervivencia en el invierno asfixiante,
sin poder ver mientras caía la menguante estrella,
que vino a darme el frío aliento y su último calor,
y al fin congelado y con un copo por corazón.

Excavó él.

Le es difícil continuar vagando por el sendero,
abrumado, rodeado de musgo y barro,
poblado de arañazos de limón.

Hasta que logra perderse en los matojos de uñas,
para a gatas, conversa con sombras,
pierde el hilo del jersey.

Reza mil veces al día por si alguien le encuentra,
tapado por serpientes de silencio,
tumbado en el agujero.

Fogatas de escamas.

No puede apreciar,
las escamas,
de la misma manera.

El brillo y el colorido,
deja un humo denso
evaporado junto con el agua,
perfumado con un picor inconfundible.

Miles de agujeros humeantes,
contaminan sus pupilas de sangre,
con un arco de flechas y manzanas
que eclosionan en un arcoiris maldito.

Cae un racimo de bombas,
geisers cargados de jabón y orín,
tocados como un órgano desafinado,
se elevan hacia el sol menguante.

No puede apreciar,
las escamas,
de la misma manera.

Puesto que ya no están.

Valor.

Porta la antorcha,
cegando fuertes miedos,
la luz del sol.

Tattoo.

Le cuesta mirarse.

Si cada poro contase una historia, no todas serían animadas, aunque la mayoría serían de animación.

¿Quién no quiere sentir las ilustraciones de su vida?

Llanto.

Recorren lágrimas
esos rostros perennes
dándoles vida.

Evidencias sombrías.

Se rindieron mis lágrimas a la desilusión del fracaso,
se postraron ante la evidencia, cruel y eterna,
cayeron de lo alto de una expectativa maldita,
regaron la tierra por la cual pisaron millones.

Pisotearon emociones, lindas y bellas,
como si fueran una desgracia, una maldición,
arrancaron fe y amor, como si fuera un pecado.

Borraron la confianza, suprimieron la verdad,
vieron el ocaso como un opaco atardecer,
ardiendo, como un eclipse de sentidos,
que urga y enciende las llamas ocultas.

Fallecieron al evaporarse en el desestimiento,
en la frustración de lo maldito, de lo claro
cual pantera negra en una sábana desierta.

¡Mamma Mia!

Mientras daba una calada, Mario recordó una seta que le hizo enorme, una flor que le hizo disparar bolas de fuego, una estrella que le hizo invencible.

Todos esos malditos viajes por las tuberías que le despeinaron el bigote.

Que duro ser fontanero.

Caída.

Crearon las hojas
la sábana de cáñamo
sobre el asfalto.

Amanece.

Sereno oye un alarmante sonido de fondo, sofocado y agitado busca su origen.

Parecía un eco en la montaña, pero en segundos se asemejó más al radar de un submarino. Todo está borroso, oscuro e inverosímil.

Sereno da un golpe seco. No escucha nada. No hay alarmas.

Mujer ante el espejo.

Sus ojeras,
las disimulaba con el dorado de su cabello.

Su sonrisa,
la resalta con el plateado de sus rizos.

Mírame.

Pensó que sería lo que vino a ser,
y no llegó a ser, si no, distinto,
distinguió de verse extinto
a darse en alza por lo que fue.

Mírame.

Trazada.

Trenza redada pesa mermada,
cresta pelada mesa helada,
gresca petada jeta cegada,
fresca velada vena pesada.

Chínchame.

Dígame, píllame, ínstame.
Inflamé, infamé, instalé.
Pítame, cítame, híncame.
Imanté, implanté, difamé.

Aladas.

Taradas las paradas,
caladas a saber saladas,
liadas las miradas,
pitadas al caer piradas.

¿Viste Supernova?

Me cobró la vida con guiños encadenados,
un sin fin de engaños frágiles autoimpuestos,
ciego del ojo opuesto, sabios y condenados,
terco, hacia otro lado miraban por supuestos.

No hay salvavidas para cobros revertidos,
si no, un acto de fe pospuesto y arrepentido,
una caída libre, firme premonición de latidos, 
que da sentido tardío a los caprichos destino.

Desvanecidos esos sedosos entrometidos,
esas alturas se escalan cosiendo telares,
cortando cuerdas de ron, saltando vacíos.

Buscó en pajares sin lupa, durmió en norias,
viajó en bancos, creció con máscaras de fobias,
acompañado de sus miedos como novias.

Acabó,
acariciando erizos y calentándose en estrellas,
para ser feliz.

El abismo.

Murió el abismo interno infinito,
el sentido de la inmensidad perplejo,
sometiendo a los sentidos del chiquillo
que quería reflejar su sonrisa en un azulejo.

Azul a ratos, negro y opaco a siempres,
y miente si preguntas por el cuándo,
por la frecuencia del cielo en el cuarto,
por el periodo de luz en un maletero.

Media sonrisa girada, anulada, angulada
para ser más retorcida que recta,
más alocada que serena, frena la espiral,
frena la mitad despejada, seca el miedo.

Murió el abismo externo finito,
corto de rezos paganos equivocados,
largo como una historia que no acaba,
cansado de bucles y caminos donde caerse.

Perenne.

Esas miradas que persigues desesperado,
como el olor que gusta y te eriza la piel,
se desvanecen hirviendo en lágrimas.

El calor del fuego prendido por la culpa,
por el dolor de la ausencia que castiga,
como un padre aprendiendo a cuidar.

Esos silencios presentes en las huídas,
en esa conversación de ascensor,
como si levitaran entre fantasmas.

No son más que lo que queda pendiente,
de un hilo que cosió nuestros corazones,
ahora es una lesión que curará sin ti.

Tropiezo.

Tápame con ese telón de hormigas,
o de ratas con miedo encerradas,
que enfurecidas visten o vistan,
mi piel llena de suaves punzadas.

Dibujar como un satélite la espiral,
caer en tu falda de polvo ocupa,
poblar con el estruendo de mi cuerpo viral,
la habitación, la cama, la culpa.

Ese grito de colores que chapotean,
¡están vivos! mas pálidos en esencia,
no hay gris más luminoso, vean,
mi obsesión con el pastel, esa media.

Rota en líneas desastrosas, horribles,
de un terror inconmensurable, pero libres,
que crean raíces, te atan al suelo firmes,
y sepultan tu conciencia con sus mimbres.

Me dejé caer.

Partieron valientes.

Partieron de copos los cristales
para cortar el césped como cabello,
secó fuerte, como el agua el viento
las dimensiones que albergan mitades.

Despegues caóticos elevados,
sinceros y quebrados por un tajo,
un lazo de sangre, un corazón de nados
eternos, buscando tierra en esos tallos.

Firmes, y el discurso ensayado arrugado,
la pelota encestada, con las notas
de una botella de recuerdos mojados,
con ojos vidriosos que parten gotas.

Mas no fueron más que caídas
de heridas servidas en bebida,
de borrachos de amor sin salida
imaginando una vida, distinta.

Con valentía.

Con osadía.

En esa lluvia.

En esa rima.

Hoy sentí.

Hoy sentí los lamidos de crema
como un dulce reproche,
usados como arma contra la marea
de los homenajes profundos.

Hoy sentí las caricias de aguja
como un bálsamo arisco
de rastrillo estrangulador,
contra los vinilos de mi memoria.

Hoy sentí la sábana áspera,
como los recuerdos de una lija
que reitera sobre mi,
que desgasta el sabor de la suavidad.

Hoy sentí lo que quise,
como mis pertenencias evaporadas
por llamas azules fugaces
que descansan en mis labios.

Papel de amor.

Fue el cielo de fuego y viento
en el que,
viendo las intenciones volar por momentos,
se estrellaron en el sol.

Se quemaron en el árbol de cenizas,
de azar, y lanzar los dados con prisas,
erizó su piel al pensar e imaginar,
en caer por la corteza de ese cuerpo.

Los pedazos acristalados de sus ojos,
ven la vela que acaricia y derrite,
sin dudar y con un sofoco intenso,
escenas de un documental caduco.

Fugaz como un espasmo,
dañino como un pinchazo,
esa ley del olvido y el lazo,
del presente al pasado.

Envuelto en papel de amor.

El interior incierto,
nublado como un tejido
opaco como un vaso de lana,
trasladado en una bandeja de frio.

Mestizo del aprendizaje y el error,
hizo de su residencia el fuerte,
el cajón de la suerte y el paseo,
del movimiento descoordinado.

La garra de un tirón,
la sutileza y suavidad,
y una sábana cayendo
sobre el misterio del alma.

Tapa voladora, baila al son,
resorte de esperanza, sonrie,
y mientras la música, canta,
y la alegría de fiesta, llora.

Envuelta en papel de amor.

Te vi mejor.

Te vi mejor.

En los tiempos punzantes atrapado,
en los giros de las manillas de asfalto,
en el olor a llama de crema oxidada,
cicatriza y precipita la yema de sus alas.

Esos tiempos de aire de arroz,
de golpes en los granos de la evolución,
de explosiones en la ira del botijo,
del hijo que juega, y cae, y cae.

Te vi mejor.

En los chuzos de formas creativas,
que desprenden ese calor, oculto, arriesgado,
lejos de la tranquilidad de la monotonía,
cerca de la evasión del día y las manías.

En las manías de limpiar los pétalos de sueño,
antes de vivir otra estancia, otro universo,
antes de viajar y saltar, de planear y aterrizar,
sin rosas de sonrisas, sin margaritas, sin flotar.

Te vi mejor.

En la inconsciencia del saber, de los libros,
de las palabras desordenadas en las listas,
con las prisas y tacones en la mesita de noche,
con recuerdos que caen apagando el despertador.

En el despertar de la belleza acostada,
rebozada en sábanas de cuidados y lealtad,
en cobijos peligrosos de algodón y mar,
y corrientes fuertes de sonidos ciegos.

Te vi mejor.

Estanqué el dedal.

Cerré el grifo de madrugada,
para dar por finalizada la canción
de cuna que me mantuvo latiendo.

Con un compás eterno,
de gotas consumiéndose en cada golpe,
por cada colisión causada, estruendo,
cada estruendo, deseo.

Marcando el papel pegado,
la masa plegada, de parpados pesados
de lingotes de lástima y perdón.

Inició, un hoyo en el tomo,
que tomó el final, 
y un telescopio,
para surcar destinos con dedales.

Llama, espera.

Llama encerrada en un vaso,
enjaulada ahora, fue
pisando de paso en paso,
y cayendo como una roca.

De golpe,
contra el aire, 
contra el viento,
contra la marea de mis pensamientos.

Si,
fue cierto,
opaco y espeso,
como el paso de las horas en el reloj.

Lento,
como el tacto áspero de una respuesta.

Pincha la cautela y su eterna evolución,
escuecen las lágrimas de las hojas que arden,
que queman y afiladas de fuego
hieren el soplido que las voltea.

Hasta mirar hacia otro lado,
con cenizas en los dedos,
con los labios morados,
con la ansiedad que masca chicle.

Sin poder dormir.

Naranja quemada.

Supliqué por un sentido
por una caja de zapatos,
para guardar mis pies, 
tras bailar
sobre un marco de arte empañado.

El olor,
naranja quemada,
jardín invisible,
fruto del soborno libre,
de mis zapatos sobre el rocoso calibre ambar.

No fui un tres sesenta,
quizá,
una vuelta tras otra,
noventa y dos mareos
de rentas,
de cobras envenenadas
que me asfixian.

No fui un cien,
si no una incógnita
perversa,
una fuga,
de belleza,
una fracción,
de bien.

El jardín de la Noria Giratoria.

La noria giratoria creó un enredo,
vio crecer su miedo en el cobertizo,
sus dudas en el jardín bajo pestillos verdes,
sus plegarias volando lejos de la tormenta.

Un enredo de mucosa y olor a gas,
fuerte y firme, volátil y peligroso,
relleno de olvido y recuerdo,
construido sobre cenizas de lágrimas.

Bajo los pestillos verdes de la esperanza,
hipócritas ilusiones creadas por flores de fe,
arrasadas bajo la inundación,
del incendio del porqué y de la razón.

Vuelan huyendo parpadeos sutiles,
granos de valor, fina compasión,
gotas de perdón, escaso valor,
presa del jardín de la noria giratoria.

Llanto de mermelada.

Sembró, se cayó por un agujero,
perdió el puesto que quiso,
fue responsabilidad y ausencia,
fue trabajo y fracaso.

Resistió, se mordió a si mismo,
espacio de lino, espejismo,
del fino atardecer sepultado,
en lucha contra la inocencia.

Rodillas de butano, suelo ardiente,
sin fe, hereje de sus heridas,
mermelada de dulce huesped,
florece el quiste dependiente.

A merced de su descripción,
a los tachones de esencia sobre cartón,
pánico y miedo, agresión y control,
al borde de una despedida.

Esfera.

Camuflando,
los dedos dulces ensangrentados,
rotos por cachos alargados,
formando rostros pálidos segmentados,
ojos como charcos enlazados alados,
en esa esfera.

Pensando, 
en el puzzle roto de conexiones,
falto de camino entre sus presiones,
placas de contención forman inundaciones,
corrientes acústicas sobre palpitaciones,
en esa esfera.

Llorando,
los paisajes derretidos por la nieve,
nubes tormentosas al borde del siempre,
rayos y truenos que provocan fiebre,
paredes agrietadas rozando el quiebre,
en esa esfera.

Rompiendo,
sobre certeza maldita pinchada en el brazo,
con la sensación perdida de un abrazo,
de los lazos hechos ceniza sobre los regalos,
que mueren planeando sobre tu regazo,
en esa esfera.

Cazador de sonrisas.

Bioma de almas perdidas,
de miedos y turbulencias,
de canciones necias,
hábitat del cazador de sonrisas.

Torre de lanzas,
la primavera de compañera,
la pradera de madera,
la puntera de danzas.

Agua de fe,
el fuego por lamento,
el cielo por tormento,
el terreno de sed.

Corteza de caparazón,
la ceguera de fortaleza,
la firmeza de cereza,
la muñeca de punzón.

Frio de lija,
el viejo por brillante,
el eterno por errante,
el niño por su brisa.

Fugaz oasis de elementales,
de sentidos perdidos en sus tripas,
fueron fieras las notas letales,
que durmieron al cazador de sonrisas.

El Son del Gong.

En el averno de este son,
se baila el tango del pacto,
el mecer del paño mojado,
los pasos clave del gong.

Mueve lento, pies de limón,
en esa uve sin dirección,
de cincel en piedra grabado
crea la canción del verano.

Cucaracha de bigotes raros,
sabe de memoria los pasos,
ella sueña con su canción,
ansiosa, tumba el perdón.

Danza de insectos apagados,
coreografía de un espeso timón,
difícil de mover a ratos,
como pegamento en el sillón.

Canción de viento.

Abierta entre dos ventanas,
movimiento de las ramas, de sus zarpas,
araña la puerta de la decisión.

No hay plegaria suficiente,
si en el bloqueo de la mente, de su lente,
empaña su supuesta visión.

Como un frasco en el infierno,
con el tambaleo de lo eterno, de su viento, 
mueve su bomba de corazón.

Su caída prevista al alza,
con el impulso de la fobia, de su noria,
marea la letra de la canción.

El concierto.

Las raíces negras del invierno crecieron por dentro,
y el lamento se viste de gala para un concierto
al que estamos invitados,
del que somos a la vez voces y oyentes.

Una lista de canciones interminable,
con el tímpano herido y obstruido,
como el oxígeno y su necesidad de alcanzar la superficie tras un viaje plagado de curvas.

Admirar la estrella sobre el escenario,
cegado de melancolía y llanto,
con yunques en los tobillos,
inmóvil escuchando la balada de tus sueños.

Tímpano roto por momentos,
el roble partió su escucha, puede caer,
el reloj no solo baila lentamente,
le acompaña el rallar de su corteza.

Inspiración.

En lo profundo de esta organización,
Llena de hábitos
                            y directrices,
Nace un germen cantando una canción.

Un cántico herido lleno de cicatrices,
Preso de esa maligna situación,
Marginado de los habitantes
                                              felices.

Mas es bella su única creación,
Que entre sonrisas y risas elige,
Esconder con en esta oración.

Capitán de sentencias tristes,
Portador de un herido corazón,
Fugaz se desvanece
                                 en su aflige.

Una vez.

Déjame ser una vez, 
porque solo soy contigo,
y si no es contigo, no seré,
porque he de ser conmigo,
como quiero ser contigo.

Me he destruido en este abismo de encontrarme,
y es que amarte me dió la esperanza de mejorarme,
de construirme con lazos de cariño
de mirar a los ojos del niño con llanto de aliño.

Soy un sordo entre voces que me dicen que te olvide,
que me resigne a recordar lo que fuimos y me diste,
un ciego de los agujeros del camino, de los timos del destino,
soy de los vivos que mueren por estar contigo.

Déjame ser una vez, 
porque solo soy contigo,
y si no es contigo, no seré, 
porque he de ser conmigo,
como quiero ser contigo.

Heme aquí, moribundo pues, arrastrado por el corazón,
cansado de la razón y los consejos estándares,
que solo harían colocarte en mi palmarés,
mas no en mi palma, no lo ves.

No quiero un fugaz tránsito a la caída,
quiero una vida compartida,
ver mi mejor yo, y tu mejor tú en una batida,
en una mezcla desbordante de cariño incomprendido.

Déjame ser una vez, 
porque solo soy contigo,
y si no es contigo, no seré,
porque he de ser conmigo,
como quiero ser contigo.

¿Dónde está el amor?

¿Dónde está el amor? si se fue gritando,
corriendo raíles oxidados y piedras mojadas,
tropezando abismos de frías estocadas,
sangrando profundas heridas de arrecife.

¿Dónde está el amor? si se fue en llanto,
hundido sobre algas pegajosas y corrosivas,
rozado en arañazos de caricias dañinas,
ardiendo sobre extremos que eran felices.

¿Dónde está el amor? si se fue errando,
golpeado por las nubes grasas enredadas,
asfixiado por la culpa de hadas malvadas,
respirando el olor del calor de su embiste.

¿Dónde está el amor? si se fue amando,
abandonando sus creencias en charcas,
en hoyos de olvido líquidos llenos de marcas,
donde el viento de olvido de cariño se viste.

Mientras duermes.

Ese arañazo sobre cristal empañado,
suave y húmedo desliza sobre la superficie,
como aquel que finge y se postra, bañado
en hormigón bidimensional, creando su efigie.

Llovían castañas y rebotaban contra el suelo
y el sueño perseguido en peligro de colisión,
un cuerpo sin misión, cual plano sin arquitecto,
y su retrato creado desde un garabato chillón.

Cartas gritonas bañadas en agua estancada,
querer leer tanta línea afluente al mar espeso,
imposible dar paso a los ojos, hacia esta cala
de miradas borradas que daban olor a yeso.

Calla la calma, pitido de golpes recurrentes
desvelan los sueños y ambiciones de la mente,
caen los párpados y el ceño se vuelve funebre,
ver no es, mas lo es si ves mientras duermes.

Guerra interna.

En mil momentos cálidos me mermé y quemé
los boletos válidos de mi loteria
en una hoguera de pasión,
mansión de mis demonios y prisión de mis lamentos.

Color negro que me viste de agujeros
en espiral y un puchero de mis quistes emocionales,
esos pavos reales de plumaje marchito,
que se hace más chico con el tiempo,
más frío con las agujas heridas.

Consumió ropajes indelebles con un lanzallamas meciendo la cuna,
un vaivén de maldiciones en una canción escritas,
con esas vistas descritas de juguetes tras el humo.

Cayó ceniza tras arrastre, tras arrase del golpe,
el arrastre de un tridente poseido por la corriente,
ardiente traslación eléctrica,
dentro de una cúpula hermética, dentro de una pompa bélica.

Una guerra interna.

Inercia.

Navegué con un barco de bandera de amor y entrega,
con las fuerzas de un ciclón y la apertura de una presa llena,
corriendo sobre el agua sin dejar huella
creando ondas de apoyo e inercias bellas.

Tenía miedo a nadar la mar,
de usar mis brazos,
como el tiesto de una flor del mal,
de usar mis piernas,
como motor de un submarino.

Me sentí valiente como un pájaro aprendiendo,
luché como cada ala antes de emprender,
antes de crear su propio movimiento,
caí y me sentí el ser más indefenso.

Arrollado por los garabatos del niño,
envuelto en burbujas puntiagudas,
atrapado entre titanes tenebrosos,
caído de las alturas, roto e inmóvil.

Anhelo.

La calma en ti,
el transmitir libre de emociones
donde la compresión se vuelve hogar.

La belleza en ti,
el extremecer enfocando de mis pupilas
tan grande como la eternidad de un recuerdo.

La energía en ti,
el bello puntiagudo como un golpe seco
de esperanza para soñar lo imposible.

La vida en ti,
el hormigueo de las mariposas al respirar
tu aire y aroma para viajar al espacio.

El Teatro del Tobogán.

Quisiste dar un salto eterno,
caída libre,
hacia el sentido de una carretera cortada,
pendiente e inclinada,
como un tobogán hacia el cielo.

Un impulso extremo,
un golpe seco,
para intentar llegar más alto,
más lejos,
un golpe seco,
un cambio brusco,
y un zarandeo imparable.

El mareo en espiral,
con los giros tristes como caretas,
sin enfoque posible,
no lo viste,
no hay verdad en lo que ves.

Siniestros personajes en las sombras,
amanecen,
enloquecen con el final,
vuelan desde el principio,
caen desde el inicio.

Despertar.

Amargando mis sueños inmersivos sonó el despertador,
la incrédula de mi percepción insinuó que mis ojos no debían expandirse,
fue triste, por momentos, la falta de vitalidad para medirse con la vida,
mas sin darte cuenta encuentras la semilla del árbol vitalizador.

Un roce de unas yemas como llamas en mis dedos,
una caricia de una mejilla como cuna meciendo mis lamentos,
un vuelo de un olor como somnífero de mis encierros,
una conexión de unas miradas como conductor de mis momentos.

Crece hasta florecer desde la inmovilidad de mis pies,
las raíces de mi motor y el hormiguero lleno de obreras,
luchando contra ese ansia de cavar un hoyo que me rodea como una cuerda,
y seguir amando, en la oscuridad, en la penumbra, los sueños bañados en miel.

No soy fan de las luchas fuera de esa balanza concisa,
es comparar la brisa de un soplido con un Gong y su estruendoso sonido,
soy un niño lanzando tazos con sus amigos,
lo último que importa es si el lanzamiento es ejecutado de manera precisa.

En esa lucha, confrontación de emociones, perdí mis argumentos,
y aunque puedo admitir que el rival no era el problema,
me sentí preso de la energía de esa sonrisa en mi gesto,
y seguí soñando, viendo florecer mi árbol de esperanza completa.

El giro.

Agarrado al deshecho de sus alegrías,
se forja una zancada digna de un caballero
que maravillado por el paisaje hoy día,
no vió la piedra colocada en su llavero.

Con su tambaleo y de su círculo pendiente
adornaba un matojo de hierros espesos,
que bailaban claqué físico con sus pesos
y tocaban las palmas mientras les chirriaban los dientes.

Confiado al espasmo de la esperanza
danza por los caminos del remedio,
pesando el instinto y el corazón en una balanza,
se dirigió al objetivo de su asedio.

Mas al final cesó la música y el baile,
y empujó sus estímulos a un cajón
en el que no cabe ni ordenar el aire
para afinar y girar dos veces y media, sin razón.

Búscame.

Salté entre líneas negras, caí en la profundidad,
en ese blanco eterno de difuminada realidad,
fui el vago, que entre claros,
chocó con el desmayo que ensayó en el espejo la verdad.

Ese torrente eterno me pilló desprevenido,
me vino como anillo al órgano roto,
como el chirrio de unos dedos mal unidos,
envejecido fugazmente con los trazos de ese rostro.

Crecí entre llamas muertas para llenarme de vida,
en la calma del calor oscuro oculto en mis raíces,
diminuto cual semillas en el bulevar de los matices,
en el sendero de la esperanza de las idas y venidas.

Esa turbina no paró, sin parada de emergencia,
el centrifugado del cuadrilátero de púas lleno,
con los peros eternos de un constante mareo,
en busca de un punto fijo que desprenda esencia.

Mise.

Mi pasión ese paraíso,
paisaje cubierto por lianas doradas,
que encantado recogía en su escucha.

Mi ilusión ese secreto,
transportador oculto en esa charca blanca,
centro ilusorio sobre el que giraba.

Mi decisión ese pacto,
límites costeados, en busca del perder
ese origen de sensaciones que conocía.

Mi vocación ese extremo,
sentir perenne de brisa tallada,
dirección de rumbos sonoros al latir.

Esos ojos.

Ver mi casa en esos ojos,
que me llevaron a remar en humo
a quemar mis más oscuros incendios,
a salir del ahogo de mi aire.

Imaginar mi futuro en esos ojos,
que me llevaron a una muesca
a un sencillo movimiento de la boca,
a sonreir instantes después.

Soñar mi vida en esos ojos,
que me llevaron a volar en agua,
a fluir mis rocosos parajes,
a romper la guarida de mi cascarón.

Sentir mi mundo en esos ojos,
que me llevaron a besar el cielo,
a respirar amor en calma,
a conectar corazones.

Mi todo, esos ojos.

Encerrado.

Perdido por la jungla de los diablos,
en establos de almas rotas y presencias enormes de capa negra y zancos intimidantes.

Viví un antes y un después,
buscando una salida entre zarzas espinadas,
entre garras afiladas de esponjas tenebrosas.

Rompí mi brújula, cristalera quebrada,
dejó de marcar el norte, ni una coordenada
ni una marca a la que aferrarse.

Caí hacia un colchón de tallos de rosa,
planeando sobre brisas indecisas,
oscilando sobre mi propia respiración.

Estallé en un zumbido espiritual,
un crujir terrenal de los mapas triturados,
era un púgil explorador desterrado.

Sigo aquí, en transito, sin ubicación,
apartando ramas negras, gruesas,
mas no imposibles de mover.

Sigo aquí, con el movimiento, de esa inercia
de arrastrarme, de mancharme, de sentir,
la luz y la oscuridad de mi corazón.

Intriga.

Se acercó, respetuoso, rozando la frontera
de las ondulaciones brillantes de su cuerpo,
observado por el azar tenebroso
de las pupilas del juez con cubo endiablado.

Se pensó, miedoso, a si mismo,
contra los rayos danzantes de esos juicios,
lleno de valor lanzó la moneda al aire,
giros y más giros, pendiente de parálisis.

Se cayó, doloroso, de cara suave,
como un ave que quiere emprender vuelo,
quiere unir el contorno de esas piedras preciosas,
esas piedras malditas por la suerte.

Se vendió, costroso, mientras sanaba
rozó envenenado la pureza de las piezas
del que quiere ser construido,
intrigado de la evolución, del cambio.

Privado.

El caparazón de musgo errático,
guarda púas de algodón,
proyecta sombras de prisma al sol,
contiene lustros problemáticos.

Su reverso intenso y arenoso,
repleto de figurantes, cuentos históricos,
pronósticos de enseñanzas
apreciables con anteojos de pánico.

El Ilustrador, anudado de sus articulaciones,
valiente ovillo armado de puntas de alma,
traza fieles siluetas en canciones,
protagonista de la esfera, espera en calma.

En inercia melancólica, e ilusoria,
explosión de calor de energía transmisora,
emite minuciosas pautas en memoria,
consigue plasmar en fuego su historia.

Él, tubo.

Pase mis acueductos con el aleteo de una golondrina,
la falsa iluminación del trazo me dió una imagen de protección,
una proyección del camino granulada,
anulada por la falta de espacio en el aire.

Viajé al desguace y las paredes de compresión anularon la comprensión,
la visión de un rubí en la frente,
sangrienta y pasional, una herida suicida.

Continué, con giros en espiral,
acercándome al nucleo del buceo profundo,
avanzando en plano regresivo,
alimentando esa inundación de mentiras.

Pero el trazo de rotulador estampado,
se difuminó, se salió de la jaula,
se inventó una nueva pauta,
una renovación, un corte de pelo,
un hilo conductor de energía.

Paz fugaz.

Me rozó suave el momento,

en la estancia nublada de mi corazón,
con el agarre estrellado de la esencia
de ese frasco lleno del pétreo algodón.

Me acarició el dulce, el aroma
del espectro con sedosa piel
repleto de heridas, de rayos, de plumas,
de dunas movedizas que me quieren tumbar.

Me sometió el implacable estruendo,
esa eclosión de mis pálpitos no controlados,
me dio de lado mi marchita compañía
se fue ese tik-tak agonizante.

Me tranquilizó el demonio, el hades
con fauces llenas de espesos lamentos,
de mis guerras, de mis fraudes, de los cauces
que hierven en un alma llena de remordimientos.

Me tranquilizó la caída del imperio,
en medio del desorden, medio de liberación
originó una brisa suave, fin de un estable temblor
en un corazón pausado, una paz fugaz.

Aguti blue.

Remé contra los vientos huracanados de la naturaleza,
para verte a mi lado relucir como una rosa color diamante,
y es que las punzantes estacas no rallan la corteza
del caparazón rocoso que me hizo tu amante.

Cuidé los detalles para verte hacer burbujas con el aire,
rompí mis límites dramáticos, mis enfados de mar,
observé los giros de madera que incitaban al baile,
para llevarte por un plano salvo, sin ningún mal.

Erré quemando como un herrero la punta de mis creaciones,
grité como ese rostro de enfado incomprendido,
y al tiempo, acaricié tu montaña rusa sin aspiraciones,
solo para dar e irradiar mientras estuviera prendido.

Viví, contigo, brincando de estrella en estrella,
y mi estancia aquí se estrella, pero intentaré reponer ese calor,
y como el mar bañado por el atardecer, ver,
que esa luz azul y gris, me dio el norte para navegar por ella bajo tu sol.

Helado.

Al verte, soy un pájaro herido,
expuesto y protegido,
cuidando el nido de los fantasmas
que habitan en él.

Soy un salto al vacío
con forma de estrella helada,
como un copo de nieve
tambaleado por el aire.

Hasta que se secó el tambaleo,
y se bloqueó la vitalidad de mis actos,
dando libertad a los demonios ausentes
que emanaban de mis manos congeladas.

Sin evasión posible, me vestí de holograma,
con ropa formada por turbulencias borrosas,
sin poder moverme, sin poder volar,
y pasó, mientras estaba ahí plantado, helado.

Implosión.

Confíe en el emblema de mi atuendo,
sueño por el que tiendo a colgar mis signos,
y si no escuché el chirrio ni el pinchazo dentro,
fue por la máscara pintada y oculta de mi sino.

No es por ti,
si no,
por el rasgar claro atenuado
de los cristales de las crestas de mis dedos,
no di,
el secreto, oculto, sal de la capucha.

Vi mi fe en el edema de mis alegrías,
visagras bajo la piel de un bohemio esqueleto, niebla que jamas verías,
riega de calmas serías,
si cavas lazadas de escamas en secreto.

Crecimiento,
dije crecí,
miento y evolucioné,
sané ante esos garabatos reversos,
y postpuse los versos anversos a la repetición.

Implosioné.

Canta.

Nómada de mis cementos,
no da más de mil vientos,
doraba líneas sin lamentos.

Pangea de sus capilares,
lazadas azabaches que intersectan,
proyectan luces discontinuas de copa arcoíris, desvanece la niebla negra.

Opacó el puzzle, huyó del armamento,
acarició el dulce, murmulló sediento
vició el buche, diluyó el alimento.

Extruendo rocoso extendido,
pardo y puntiagudo, hiere de forma alzada,
diezmada esencia, presencia vaporizada,
cae sordo en un sonoro enmudecido.

Mareo.

Vi en los señuelos,
un esbozo del hielo que me suavizó,
y abracé el maniquí articulado
que me dió esperanza.

Esa señal y guía se perdió,
en los imanes que repelen lo eterno,
al derramar atención por ese cuarto lado,
por esas paredes rotas de grietas en danza.

Ascendió su vocal interpretación de las cinco estaciones,
que detienen ese tren sobre raíles que tienden del techo,
un poco de orientación imprecisa,
sujetada sobre una máquina con forma de loro.

Se repite, como el aleteo de un pájaro,
pasó planeando su llegada,
volvió recordando su viaje,
y se sentó.

Grafía.

La voz de la experiencia caducó,
rasgó sus cuerdas violetas, carraspera
sobre un ensayo de una meta indigesta,
una gesta y un testarazo bajo el brazo.

Colisión de esa frustrada misión,
viajó con ese equipaje y sus veteranos
ladrillos de ancianos, de gramos titánicos,
de ladridos que muerden por rechazo.

Paso de una pasión floreciente,
a una fuente de espinas derramada por la piedra,
y su expansión por el vino, que expulsó su esencia
ante las agujas que deslizan tacones de espinas.

Sin temor miró, buscando en esa pared invisible,
mudo de piel se hizo eco, retumbando en esa grafía,
que construyó los movimientos imperdibles
para marcar un antes y un después.

Oasis.

Ese charco hundido de venas varicosas,
fundido al mar, horneado con la esperanza,
repleto de ánimo de esa forma, gaseosa,
una osa mayor que guía con templanza.

Raíces de granos húmedos,
sumé dos y medió el anhelo,
la explosión de velo verde,
rocoso caparazón periférico.

Goteo atemporal, satélite mediático,
lejanía forjando un extremista fanático,
pálpitos revolucionarios, marcan los pasos,
se enredan con la purpurina soleada.

Cortina ondulada, manada de desencantos,
estampa fugaz, estampida de puntos,
espiral transitoria discontinua,
las estrellas de la ilusión.

Pienso en años.

El vertir del espasmo,
gélido maremoto incendiario,
paz en las causas destructivas
de esa implosión convergente.

Lengua balbuceante,
valor incomprendido pisado por patas de araña,
tejido por la mañana destruido por la noche,
un derroche de inestabilidad incesante.

Turbulencias inmóviles del mimo,
de la memo-técnica del ingenuo,
del ingenio para olvidar lo técnico que
logra fomentar la separación de lo mutuo.

Pasmarote caído,
al alza de la comprensión,
esa pérdida de presión, esa locura,
esa huida con pensión de daños.

Pienso en años, pienso y dura.

Cancarisma.

El encanto carismático sonoro interior,
consultado mediante un chapoteo,
repasado con un rugido doloroso,
aprendido en un timbre desgarrador.

Sincero proyectando las mentiras,
abriendo heridas, plasmando paisajes,
pasajes ilusorios de eco transitorio,
réplica sutil de la repetición, absorción.

Posee un contoneo de candencia pendular,
siembra de la esencia, recolección de la experiencia, tiempo.
Es una métrica desmedida, ida de la superficie.

Mediante pánico y respeto,
susurra conclusiones, rebosa letras y teclas pulsadas,
mecánicas fallidas, caídas elevadas.
Encanto carismático, susúrrame a la pared.

Corazón.

Centro del huracán,
ciego de valentía pulsas el ojo del tornado,
la palanca de los cobardes. Perdido.

La ansiedad del espantapájaros
intentando rozar las nubes, ve
letras figuradas que se trasladan por la superficie.

La neblina disipa las dudas,
escalofrío con lingotes de remordimientos, instantánea de torpe deslizamiento. Inmóvil.

Salto de altura,
con límites rotos y césped húmedo,
dormido mirando el viento.

Límites.

La sensación que vuela fina,
huracán de tempestad interna,
intenso pálpito ahumado.

Tallos sesgados evadidos,
calmantes de latidos desmedidos,
órganos silenciosos marchitos.

Temblor estático anclado,
la seguridad de la incertidumbre,
ruinas construidas coronadas.

El movimiento que nada libre,
nada completa y establecida,
ralla viva que evoluciona y se mueve.

Péndulo.

Colgué de una liana la guía del trazo de mis pasos,
como las líneas de la palma de una mano,
distintas y con un significado interpretable.

Tambaleé la esperanza con fuerza y firme,
como consecuencia esos pulsos impulsaron mi cuerpo,
dejando esencias de ese anhelo por el aire.

Mi péndulo enérgico grita en sus extremos,
miedo y valor enfrentados,
emparejados por el marchitar fatídico,
por el peso del paso de un segundo.

Por verme sumergido en la brisa conquistada,
en la escala sonora de un chasquido,
herido,
el movimiento pausa su dinámica.

Caparazones.

Caparazones,
duros como rocas fuertes como robles,
oscuros, exigentes como un laberinto.

Impenetrables,
de composición heterogénea dispersa,
amargos, variantes del viento.

Misteriosos,
estrellados en su interior, galácticos,
plácidos sedentarios en su movimiento.

Fuertes,
bálsamos relajantes, traviesos propósitos,
pronósticos unívocos inmutables.

Está.

Estrecha el viento surfea la cresta,
costea el peligro de fe expuesta,
capaz de ver el alma puesta
en peligro de caer de testa.

Temor racional a la propuesta,
a la oferta de víveres en la cesta
maquillada, sin ser modesta,
la extensión destructiva molesta.

Granula la caída y encesta,
acierta eficaz, dañiña y resta
mérito a la evolución, compuesta
por viento, marea y muestra.

De corazón, de naturaleza honesta,
la integridad rigida, la noción opuesta,
la variable inmutable, la verdad indigesta
y complicada, la oscuridad antepuesta.

El juicio.

Se cayó de raíz, sin precisar consuelo,
sin rival al entablar una conversación,
anhelo sin par, incapaz de alzar la voz,
quedó parado.

Claro, sin desperdiciar detalle en la narrativa,
dando vida a la descripción, atractiva
consecución de sentencias ilustradas,
trazadas con un aire de libertad castrada.

Sentenciado sin juicio, subjetivo examen,
detalles de amaño, de oro marrón,
de carbón navideño, de indiferencia notable,
de madera golpeando un tablón.

Indefenso, se comprende, se sanciona,
se evoluciona, se devalúa, se consume,
se nutre, se lee, se dibuja,
se juzga, se delibera, se sentencia.

Inspiración maldita.

Es esa inspiración bendita que medita
y al ser corroída, corrupta lucha precisa
con instrucciones sesgadas por dudas, levita
junto a ideas libres y afables, huye, las evita.

Chapotea junto a borbotones, conceptos
maliciosos, huraños y malignos, complejos
que albergan yedras de vacíos, consejos
sabios faltos de estímulos y conexos.

Fluye en sintonía, remedio de corchete,
homogénea en medio del salpicar del cohete,
de la contaminación sonora del comerte,
la cabeza, del escuchar ese sorbete.

Es esa inspiración maldita que herida,
expulsa su dolor con consenso,
con unión y sin miedo somete
las idas y venidas de la razón.

Tanto perdí.

Perdí el ritmo del transcurso de esos momentos,
de nuestros momentos únicos que se guardaron en mi cajón,
para alegrarme las noches,
para desvelarme,
para darme brotes de sauces.

Perdí las semillas de constancia en las líneas unidas en un garabato,
sin alma el canto, el llanto,
pestañea un recuerdo que se tambalea
entre la angustia y la alegría.

Perdí la compostura de la certeza de una pieza de museo
y como una nota almacenada,
me la invento de formas distintas,
pero no hay sol que pueda preceder esta rotación.

Perdí el amanecer de la proyección interna de mi pasado,
me invade, atrapa y machaca
la responsabilidad de la memoria y de dar,
dar el cien, y no, no ven tanto perdí.

Tanto perdí, y sí, tanto se fue,
para formar parte de lo que ganamos,
de lo que creamos, del amor incondicional,
de una sombra compañera.

La lección del quiere.

Nocturnidad en los lamentos crudos,
acompañados de descontrol los ingieres en soledad,
los desamparados no se pueden refugiar.

Sin dirección en un eterno recelo,
en unas vueltas y una oscilación continua,
con un severo correctivo se desatan.

Hablan, murmuran, conversan,
evocan, transmiten,
piden atención y más bien pesan.

Con esa digestión, agnóstica,
lisa lógica contradictoria,
la canción es un debate sin fin.

Los pétalos de la margarita acabarán,
el binomio cesará, y llegará el refugio,
que hundió, y salvó vidas.

Que dió lecciones.

Mi banda sonora.

En un trasfondo sólido guardé mis pedazos,
mis dedales para puntear guitarras de lana espesa,
mis agujas que soplan flautas atravesadas,
mis telas, mis botones, mis pianos.

En una caja introduje mis trozos,
pesados que tocan acordes agudos al guardarlos,
grandes que al colocarlos ocupan todo el sonido,
frágiles que necesitan estar en otra caja.

Bajo la cama arrastré mis sobras,
con notas de amargor latente,
con claves de acidez constante,
con líneas de sol picante.

Escucha mi desorden, mi banda sonora.

Partículas.

Sin duda la versión que vi fue diferente,
en la cuna de una culpa creciente,
en el jardín de infancia de un deseo ardiente,
en el gateo de un bebé corriente.

Caer sin que hayas visto el hallazgo,
del halago pintado en el esqueleto desnudo,
de la invisible personalidad y el flechazo,
de cómo un hachazo es directo y duro.

La ilusión dentro de esta devoción innata,
el lagrimal que expone el animal más tierno,
cierto e intenso, directo y fiero,
férreo como un mero muñeco de hojalata.

Bebe de la vertiente de los débiles creyentes,
que creen que el agua les dará poder, joven,
como una fuente existente, lo ven
y piensan ser indestructibles, creíbles y dementes.

Mas no será posible confirmar esa oración,
con perdón, ¡vaya sin razón!
No hay canción lista con esta partitura,
que cure el amargor de esta abstracta cura.

Ingerido el fluido solo se convierte en nube,
cubre ese horizonte ido, ahora, sin nada que lo alumbre
ciego avanza por el hielo resbaladizo,
que algún día herizó el bello herido.

Es que no es la forma si no el origen,
la unión de una conjunción de matices
que ante lo externo son sociopatas felices,
realizan cambios en su escala.

La verdad cala,
según la actitud del rumbo que narran
unas pautas ridículas que amarran,
y que te convierten en asma.

Respira.

Partículas.

Tachón.

Un terremoto rajó mi superficie lisa,
y la prisa al pisar un escalón roto,
me cree rojo bajó mi piel de tenista
con un zigzag lateral eterno y loco.

Si el aire toca mi apertura, duele y se
fue loca mi idea ingenua a ponerle un parche,
pero aunque la hache es muda ocupa un hueco importante, y la solución ve
delante, pero no, está encima del viajante.

Pero antes, no después, es complicado,
y después, no antes, es limitado,
el hielo se derrite,
las huellas se borran,
las horas se pasan,
lo hecho se acaba.

Queda mucho por sentir.

La marea salvaje que cae de tu cabeza,
la visión cristalina que deslumbra tu horizonte,
el relieve elegante que determinan tus montañas,
el brillo espacioso que abarca tu interior.

El oxígeno que comparte tu naturaleza,
el movimiento sutil y brusco que transmite tu composición,
la felicidad que genera tu esperanza,
la vida que emana tu plenitud.

El decrecimiento de mi alrededor,
la suma de todo mi entorno,
el exponencial de mi sentimiento,
la multiplicación de mis sentidos.

La verdad por encima de mis palabras,
el deseo por encima de mis decisiones,
la certeza por encima de mis dudas,
el sentir por encima de todo.

Hasta mañana.

Con el peso de una bolsa de titanio llena de piedras,
llevo bártulos perdidos que aparecen sin previo aviso,
mientras intento orientar mi sentido en el camino,
siento la fatiga del aislamiento de las ovejas negras.

Oculto tras la naturaleza mullida y fría,
restregando mi figura,
haciendo uno con el entorno,
camuflando el uno con el otro.

Oculto, entre los senderos,
entre la evasión del razonamiento,
viajo la brújula de mi instinto,
avanzo a mí ritmo.

Desde el cielo al estrellato, 
hasta estrellarse en el fango,
por no dormir, chian los pájaros,
y el agua cae a cántaros.

Al cesar, la calma, el aire intenso,
el paisaje extenso del paraje diario,
un silencio y un movimiento lento,
una postura y un pliegue en el labio.

Hasta mañana.

Quise mirarte una eternidad.

Quise mirarte por una eternidad,
mas fuiste fugaz como un parpadeo,
como un mal mareo con los ojos borrosos por la mitad,
quise mirarte por una eternidad.

Quise mirarte por una eternidad,
mas fuiste escapista de las penetrantes miradas,
como presas enredadas, con los ojos lacrimosos buscando piedad,
quise mirarte por una eternidad.

Quise mirarte por una eternidad,
mas fuiste una confusión,
como daltónico identificando el color del mar,
quise mirarte una eternidad.

Quise mirarte una eternidad,
mas fuiste tú, un buen pensamiento,
un buen recuerdo rebosante de felicidad,
quise mirarte una eternidad.

Pero dentro de mí.

Perspectiva.

Es mi férreo pensamiento, te creo,
fiel y leal a perseguir mis deseos,
a hacerme feliz, a cuidarme de mareos,
a aislarme de cameos peliculeros
y de caramelos que duran un recreo.

Es la duda, que carece de empatía, voy por otra vía,
por no coincidir contigo, por no experimentar el ansia viva,
por querer seguir a flote de una forma digna,
ser un malabarista o un equilibrista.

Bolas de cristal preparadas y equilibrio listo, 
mi sino, pese a su fragilidad, sería sencillo,
una cuerda, leve pero letal, como el filo del hilo,
un paso firme, pero seguro y con un ritmo previsto.

Por el camino de los escándalos,
de los ruidos que causan desconcierto,
de lo incierto de mi mismo,
a los vándalos que rompen esos criterios,
sabré mandarlos a buen puerto.

Así continuar, de forma infinita,
que la piel con el roce se irrita,
que la mala vibra incita una lírica negativa,
y es necesaria la noche para de día tener perspectiva.

No sería yo.

Intenté dar mi paciencia y mi presencia.
Inventé razones de peso, en un planeta sin gravedad,
deseé salir ileso, de una espera sin salvedad,
para acabar inmerso, en la ciencia de mis pensamientos.

Mitigué, más de mi, en carencias y, más de mi, en ausencias.
Silencié, la emisora no encontrada, la frecuencia pérdida, el cardio sin sentido,
arrastré, una peligrosa influencia, en el mar ido de la pena querido para naufragar sin temor.

Vi, solo, más de mi, en clemencias y, más de mi, en sentencias.
Como los giros turbulentos finales de una peonza,
mantener el equilibrio, ebrio de dudas, es una tarea peligrosa.

Vi, como cambiaba mi esencia y mi creencia.
Como aumentaba el volumen de mi altavoz
interior, al ritmo del tambor, mediante baquetas de diamante, delante de mí, solo estaba mi yo rallado, y ya no.

Eliminé dudas, silencié los pesos con mimo,
apliqué un remedio mixto entre querer y ser querido,
seleccioné más de medio día para verme, entenderme y estar conmigo,
y llegué. Llegué donde quiero estar.

Porque si no te lo digo con el corazón, no te lo digo, y con razón, y así yo no vivo.
Porque si no lo sigo, no lo miro con mis ojos, no lo escucho con mis oídos.

Y, no sería yo, no sería yo.

Centinela.

Angosto mirador del centinela.

Rejilla de una aspereza íntegra,
pestañas secas, desde rímel a
helicoidal, objetivo de quimera.

Almendras con sabor a manzana
logran panorámicas de enfoque parcial,
corto recorrido, inspiración callada,
géiser incomprendido por el glacial.

Roble, con llanto de sauce,
de la inquietud está estupefacto,
aguarda con espanto, el auge,
el acto inútil de un artefacto.

El fervor avistó impasible,
la erupción que provocó el temor
del terror de un ser simple,
que solamente quiso estar mejor.

Partes de mi.

Una parte de mi castaña, rojiza, de un tamaño considerable.
Tiene la voz iluminada, alegre, sonora, con gracia.
Se nota cuando está activa, es divertida, entretenida, sinvergüenza.

Esa parte también es egoísta, orgullosa, se le forma niebla densa de forma rápida.
No sabe medir, se pasa de la raya, y no tiene mucha experiencia con los colores.

Otra parte de mi, gris, azul, pequeña.
Tiene la voz oscura, agrietada, silenciosa, seria.
Casi no se nota cuando está activa, es implicada, atenta, romántica.

Esa parte de mi también es sentimental, dramática, exagerada, se le forman nubarrones de tormenta con facilidad.
No sabe parar de expresarse, puede llegar a ser pesada, y tampoco tiene mucha experiencia con los colores.

Son partes de un todo, único, de un sentimiento puro, de impulsos, de arrepentimiento, de agradecimiento, de tristeza, de falta, de alegría, de amor.

Y es que dan igual los colores,
da igual el número de partes,
porque todas ellas,

Son partes de mi.

Corazón de linterna.

Con la linterna que alumbra el camino,
recorres el mundo con un calor alpino,
en el pecho, en la cabeza, en el cuerpo,
un ardor eterno, sombrío y frío contigo.

Es acompañante y conciencia para ver señales,
para saber si debes cambiar las pilas antes,
si debes mirar a un lado o a otro del valle,
si debes quedarte a oscuras por unos instantes.

Es compañero y tormento del sentido común,
sin pensar las necesidades del viaje,
en el impacto mental y físico, en el bagaje,
o en las consecuencias.

Es enemigo y amigo del pensamiento,
provocando confusiones no tan triviales,
expresando distintas intensidades,
y distintas carencias.

Es maestro y alumno, en este día
al caminar el continuo aprendizaje,
al leer y escuchar sus mensajes
al apagar y encender la vida.

La linterna puede alumbrar,
la búsqueda interior,
la expresión exterior,
las decisiones para darle salida,
esas ideas sin palabras,
esos principios sin acciones.

Tú y tu linterna, tú y tu corazón.

Inevitable.

Es inevitable sentir frustración al ver algo precioso dentro de una urna de cristal. No poder tocarlo ni apreciarlo entre tus manos.

Se te pasan miles de locuras por la cabeza para poder disfrutar de ese sentimiento, para alcanzar eso que tanto deseas. Para liberar tus sentidos y vivir un momento único.

En la vida se levantan muros, y a veces no se pueden romper.
Puedes intentarlo con todo tipo de métodos, asediarlo o escalarlo, y no conseguir absolutamente nada. Otras veces se agrietan poco a poco con el paso de los tiempos, o con la fuerza de tu voluntad.

Cuando se rompen, te das cuenta de que hay más, y más, y más… y de que si quieres seguir conociendo caminos nuevos, vidas nuevas, momentos nuevos tendrás que seguir luchando. Y así toda la vida.

A veces, te plantearás no seguir rompiendo muros, no seguir luchando por atravesar mundo y sentir cosas nuevas. Pero llegará un momento en el que dirás que no tiene sentido no arriesgarlo todo, para quedarse en un sitio que no te llena nada.

Al final, sacarás fuerzas de donde no las hay, e intentarás romper ese cristal y disfrutar del momento de tener entre tus manos esa reliquia, ese tesoro tan bonito, que te ha hecho sentir por un momento así. Como si solo tenerlo fuera suficiente.

Así, de esa manera.

Hielo, fuego.

Fuego intenso,
Vivo, denso y con color,
Sólo temor, sólo pienso
En lo que siento.

Da vueltas por mi cuerpo,
Por mi alma vacía,
Esperando el momento
De sentir una caricia.

No hay manera de que alcanze
El corazón, con un baile,
Con un tango de sal
Que me quita el aire.

Hundido en la tierra
Sin agua, con arenas que se mueven
Donde la pierna se queda
Donde el alma se quema.

Hielo firme,
No hay quien no se fije en ti,
¿El fuego te derrite?
No, el fuego deja de vivir.

Mientras crea fantasía
Nervios en los adentros
Mi cueva se limpia
Sola con sus lamentos.

Menudo lio.

Una operación a corazón abierto, un concierto de flechas  atravesaron mis adentros.
Cada una de la manera más fuerte y más oscura, más acción y sangre y menos ternura, no hay opción valida de supervivencia.

Ciego por la experiencia de la unión a un sentimiento, sordo por las secuelas del amor roto y mudo por la indiferencia hacia el mundo.
Levantarse es una opción, aunque no hay ganas de llevar a cabo dicha misión, sin color sin vida. Un laberinto sin salida.

Sin guia de instrucciones que me oriente en este mar, no hay ni un bien ni un mal, ni se va a hundir. Flotando como una botella con mensaje por el agua, el rumbo las olas lo marcan, se la lleva la marea.

Esta nublado como en los peores días de invierno, el frio eterno. La luz brilla, por su ausencia.
La felicidad, si existe no se conoce, la superación aparece y se desvanece. Tormenta sonora, más que lluvia rayos y truenos, miedo…

Sin comerlo ni beberlo, una flor nace del suelo.
Un tallo, crece poco a poco, y sin saber como toman sentido. Todas esas cosas que se han vivido, el laberinto, el mensaje, el frio y el miedo.

Menudo lio.

Suspiro.

Como la corriente creada al dejar varias ventanas abiertas,
el mismo efecto surge con la falta de acento en las palabras como tu,
no hay respiro,
ni para la gratitud de las personas que desean oírlo,
ni para el deseo de escuchar que el cariño está presente en todo momento,
no es posible que el piropo no te salga,
que el tacto no se exprese.

Como la palabra que más dice sin llegar a ser palabra,
parte de los cuerpos acostumbrados a estos fallos,
ya que el arte de la ausencia es tan grande y tan molesta
que solo de esta manera se expresa completamente.

Parte de la brisa que se crea si no estás
se expulsa como un huracán por la boca,
solo que suave y con un quejido sonoro,
que demuestra muchas cosas dichas
y aún por decir.

Parte del punto de la pausa o de la coma del segundo,
de pararse a pensar y reaccionar rápidamente,
de liberar de esta manera el interior de uno mismo,
para quedarse sin aire,
sin aliento,
flotando tranquilamente.

Cuenta pendiente.

La eterna cuenta pendiente,
Profundo pensamiento deja de atormentar
Mi mente, déjame en paz
Déjame tranquilo.

Consciente de un acelerado latido
Presa de un pensar obsesivo,
De un sentimiento activo,
Déjame querer relajado.

Dar de lado preocupación y llanto,
Andar sin un bastón del brazo,
Sin unas muletas en las manos
Para no andar el suelo.

Suelo duro, suelo oscuro,
Difícil de caminar maldito,
Difícil de avanzar como un jardín
De rosas, porque tiene que pinchar.

Tiene que sangrar, caer dolor
Bañar el suelo con un océano
De color rojo mermado, véalo.

Secarse, parar cual hemorragia
Cual charco de agua al sol,
Cambiar y volver a ver el sostén
Que pisar no has querido.

Visión que oscila cual péndulo da
Vueltas cual tiovivo, una idea fuerte
Cual golpe de martillo, cual ímpetu
De un incrédulo diferente.

Personaje que se ve,
Y que se mira, y que piensa
Que no hace falta ni muletas ni bastón

Para seguir en esta vida.

Payasitos.

Dos payasitos se encuentran manchando las paredes.
Saben bien que no son amigos.
Saben bien que nada importa.
Pero caminan como pingüinos rosas delante de un espejo.
Y es que alguien tiene que hacerlo.

Uno de los payasitos habla borracho. Deshilacha una palabra tras otra entre eructos de ballena. Es muy feo.

Uno de los payasitos esta ausente, como si la banalidad le violara por momentos. Sus pensamientos nebulosos se acercan al monte urbano donde habita esa libertad encarcelada que él bien conoce. Se le ve muy enamorado, apunto de resbalar por el barranco muerto de barro que esconde millones de plátanos. “Nadie se reiría” piensa él.

Uno de los payasitos es realmente feo. Aburre a la vida con las ensordecedoras epopeyas que narran las míticas batallas entre las hormigas y las ratas de papel. Piensa que “luego… luego…luego…” y es ayer. Sus ladridos absurdos no son más que risas como platos rotos.

Uno de los payasitos le canta a la muerte. Sus labios hechos de elefante desinfectan los diccionarios bordados. “¿Y si nada tiene sentido?” piensa él sonámbulo de pena.
Entonces la vida será su droga, la ausencia como un mar negro.

Dos payasitos se encuentran manchando paredes.
Saben bien que nada tiene sentido.
Saben bien que ni siquiera tiene gracia
Pero caminan como pingüinos rosas delante de un espejo.

Y es que alguien tiene que hacerlo.

Sin sentido.

Párate a mirar lo que te pierde de verdad,
donde te escondes de la adversidad.

El mundo que te libra de una realidad difícil de afrontar.

Todo lo que se desvanece en un humo oscuro y espeso,
que no te deja ver la ilusión de tu perdición.

La canción que entona un virtuoso de fondo
de un sueño intenso y vivo.

Cada vez más grande el umbral que transforma tu razón,
en un simple metal a punto de fundirse.

Una viñeta sin color que pese al dolor,
transforma el blanco y negro en un arte colorido.

En un sueño prohibido,
que vino a quedarse,
vino a liberar y a romper
las leyes que lo habían cohibido.

Plasmado en un cuadro,
clavado en la pared,
una locura por esta vez
verlo terminado.

Los ojos, la nariz, la boca
la mano que sola lo toca
el tacto suave que suena
a un lento instrumento de cuerda.

El pelo negro cual carbón
abrasador al sol y al amor,
loco al rizarse y cuerdo a lo liso.

Un todo, y de repente nada,
cuando dejas de ver la mirada
de fijarte en el mundo
de hacerte con el mando en un segundo,
y tomar el rumbo correcto mañana.

Eso si.
Mañana será otro día,
y todo…

Pero los recuerdos,
de nuestros puntos débiles
son lo que nos hacen más fuertes,
eso que hiere si se usa en contra nuestra.

Eso que si no lo ves,
… todo pierde sentido.

En guerra.

En una época en la que todo está muy torcido y negativo pensamientos violentos merodean por tu mente.
El nerviosismo reside en tu cuerpo presente las veinticuatro horas del día, la preocupación sazona tu vida y limita tus acciones más habituales.

El color desaparece de tu alrededor, el gusto dulce se eclipsa por uno amargo, el calor tiende a provocar un frío gélido y el tacto áspero es doloroso allá por donde vayas.
Los soportes de tu andar se fatigan con rapidez y tus mareos son tan corrientes como tus ganas de comer.

Repasas mil razones antes de cualquier situación, como haría un estudiante con la materia antes de un examen importante.
Intentas buscar soluciones a todos los obstáculos que presentan su oposición a tu andadura por el mundo, y no hay manera de revivir esa fuerza de tu corazón que era como el apoyo de un bastón de un señor en plena vejez.

Tal vez cada manía y una por una todas las tonterías que hiciste cuando aún eras un niño inmaduro, un capullo a medias que no engañaba a nadie con un interior frío pero amigable, han pasado factura a ese cuerpo con agujetas de vivir de lejos la felicidad que debería residir en cualquier joven de tu edad.

Ni una contienda verbal, ni un desahogo impulsivo en cualquiera de sus mejores versiones es capaz de amortiguar una caída semejante a la de un yunque tirado con malicia desde un alto piso encima de nuestra persona, como en los dibujos de la televisión.

Motivo de más para decir, que nadie dejará de estar en tensión con los demás mientras no logre paz de verdad con uno mismo.

Quisiera poder decir.

Quisiera poder decir que soy parte de esto que te esta sucediendo.
También, sentirme dentro de ello, complemento de aquello que te hace ser. Pero no puedo.

Quisiera poder decir que te afecto, que tengo efecto en todo tu entorno, en ti.
También en tus cosas, en tu mundo, en tus sueños… en tu vida. Pero no puedo.

Quisiera poder decir que tu y yo somos uno, que estamos unidos de la mano.
También que tenemos cosas en común, vidas semejantes, iguales… parecidas. Pero no puedo.

No puedo decir mucho.

Solo que nos quedan trocitos de existencia, trocitos que hace tiempo fueron uno.
Que en su momento, fueron algo, fueron alguien que lleno y consiguió cambiar vidas.

Momentos perdidos en un mundo donde el dictador que manda sobre ellos se llama Tiempo,
donde su ley de aprendizaje es dura…
donde sus ordenes son claras:

Sigue adelante, pase lo que pase… yo no te voy a esperar.

Me he perdido.

Creo que me he perdido,
pienso cosas sin sentido,
escribo y plasmo todo lo que digo,
pero sigo sin sentirme vivo.

No estoy triste, ni deprimido,
tengo mi cuerpo comprimido,
continúo siendo un crío de diecinueve,
que se ilusiona como un niño de nueve.

Me cuesta encontrarme agusto,
sobre todo cuando llueve,
no pienso avanzar un lustro,
sin que aparezcas, sin verte.

La luz, el sol,
mi cruz, mi amor,
el cielo, el infierno,
mi alma, mi dama…

¡Encuéntrame! y tráeme de vuelta,
aunque se que volver cuerdo
al alguien que esta loco, es mal consuelo
y cuento con que eso cuesta.

Entonces no me traigas de nuevo,
déjame enloquecer y crecer
sin saber donde me encuentro,
aunque creo que eso ya lo se.

Estoy en medio de un mundo,
en el que a la lluvia le pusiste un punto,
y final; y la verdad me alegró
pase sin quererlo a una situación mejor.

Ahora estoy nervioso, tengo miedo,
aunque sepa que malo no hay nada,
ya me he encontrado, quieto
en tu cama, soy un espía debajo de tus sabanas.

Creo que no me he perdido,
he estado toda mi vida sentado,
esperando hasta que has aparecido
y fíjate hasta donde me has llevado.

Estoy sonriente, y feliz,
gracias a tenerte cerca,
tú haces que yo solo me crezca
nada sería igual sin ti.

Ya no me cuesta estar bien,
quien me lo iba a decir,
encontré lo mas bello,
un gran interior,
con una suave piel,
todo ello para dejarme sentir.

Esto tan grande,
en lo que me has convertido,
no quiero volver, sin pensarme,
sin dejarte claro,
que te quiero conmigo.

Eres tú.

Eres tú, tú eres,
la que me dice que me quiere,
por la que mi corazón late
y mi mente piensa en ti en cualquier parte.

Eres tú, tú eres,
del castillo la princesa
bella y a la vez inteligente,
la que me hace quedarme de piedra.

Eres tú, tú eres,
la araña que me atrapo en sus redes,
la que hace que tengan sentido hasta las estupideces,
la sirena que me hace viví entre peces.

Eres tú, tú eres,
la estrella más brillante,
que hace que el cielo deslumbre a la gente,
con una luz fuerte y elegante.

Eres tú, tú eres,
de un pintor la mayor musa,
la que hace que pinte lo que siente,
desde amor hasta lo que le asusta.

Tú eres, eres tú,
de un pecador su cruz,
la que hace un buen sitio el infierno,
la que hace de cualquier sitio, uno tierno.

Tú eres, eres tú,
de un creyente su luz,
viva y fuerte en el interior,
una diosa, un dios.

Tú eres, eres tú,
la que hace que mejore mi salud,
me cuidas, eres mi enfermera,
bonita como la luna llena.

Tú eres, eres tú,
la chica con la que quiero ir al ataúd,
dormir eternamente a tu lado,
muerto o vivo, sano o insano.

Tu eres, eres tu,
y no hay ni habrá nadie…

La fiera.

Una luz alumbra tu dulce oscuridad,
tu cuarto oscuro se ilumina
por un rayo que anima a amansar a este animal.

Un rayo de sol o una bombilla te pueden hacer feliz,
pero da igual el matiz de la situación,
si es negro o blanco, lo ves gris.

¿Qué verdad hay escondida tras esa mentira?
¿Qué mentira hay escondida tras esa verdad?

Cuanto más crees conseguir ese tranquilizante,
más lejos ves lo que has tenido delante,
cuanto más tarde te das cuenta de que es importante,
más tiempo pasa hasta que lo tomas para curarte.

Antes la música lo conseguía, ya no,
antes esa pequeña luz lo conseguía, ya no,
antes dormir lo conseguía, ya no,
antes pensar que habrá algo más lo conseguía, ya no.

Este animal ha perdido sus facultades,
no es fiero y no esta tranquilo,
no está conforme consigo mismo.

¿Cómo afrontar esto?
¿Cómo avanzar?

Tantos momentos en manada,
pero en tu habitación, nada,
nada salvo esa luz,
esa luz que acompaña y que comprende.

Déjame.

Déjame solo.

Déjame con mi pensamiento.

Déjame vivir en guerra, déjame vivir la muerte.

Déjame morir en paz, déjame matar la vida.

Déjame seguir lo que siento, y escribir lo que sigo.

Déjame sentir lo que sigo, y escribir lo que siento.

Déjame ver pasar el tiempo, déjame pasar como el tiempo.

Déjame pasar de largo, déjame el tiempo pasado.

Déjame hacerte daño, y curarte después.

Déjame el daño hecho, para después curarte.

Déjame vivir de lo aprendido, y enseñarte lo que se.

Déjame aprender de lo vivido, y lo que supe enseñarte.

Déjame soñar despierto, y crear mi fantasía.

Déjame vivir un sueño, con mi fantasía creada.

Déjame verte crecer, y enloquecer mientras tanto.

Déjame crecer mientras te veo, mientras tanto enloquezco.

Déjame estar loco, o simplemente serlo.

Déjame serlo, simplemente estando loco.

Déjame ser como soy, y no cambiar nunca.

Déjame decir que soy como digo ser, y que nunca he cambiado.

El camino.

Nuestra vida es un camino, un camino plagado de curvas, baches, rectas…
No es nada fácil continuar adelante.
No es nada casual, creo que para todo el mundo alguna vez se le crea una curva o un bache en su camino.

Aún así nuestro coche tiene gasolina infinita, no se acaba nunca. Y nunca frena, siempre sigue adelante. Tempus Fugit.

Pasan los días y los días, y sigues montado, viendo como el mundo de tu alrededor cambia, como cada vez aprendes más de lo que ves.
De lo que vives al fin y al cabo. Y no queda otra, porque no te puedes bajar, tienes que superarte cada vez mas. Dejar atrás lo que atrás se quedó, mirar adelante por lo que podrá venir, aguantar lo que te toca en cada instante.

No hay motivos para quedarse en la cuneta, aunque vayas rápido puedes aguantar bien el volante, y aunque vayas lento puedes irte de la carretera en cualquier momento.
Hay que ser frío y calculador en cada movimiento.

La esperanza es lo ultimo que se pierde, tu vida consiste en esto. Es un coche, una carretera, paisajes, otros coches, el mundo… solo eso.

Y no te preocupes, algún día ya se acabara la carretera.
Pero todo lo que se quedo atrás, siempre lo recordaras, todo lo que has pisado… se verá en los neumáticos de tu coche.

Los neumáticos hacen el camino.

Diluvia.

Diluvia.

En solitario por las calles oscuras de la ciudad, de vuelta a casa de un largo día. Cansado, agotado… aún así marcas un ritmo notable, tienes ganas de llegar.

La tenebrosidad del lugar te hace estar alerta. Todo está tan vacío, que se escuchan todos los ruidos de alrededor: las ratas merodeando por los cubos metálicos de basura,
las palomas alzando vuelo cuando te acercas, tus propios pasos al pisar los charcos creados por el agua, el sonido de las gotas al golpear contra los coches o el suelo…

Los nervios empiezan ha hacer estragos en ti, comienzas a acelerar el paso sin darte cuenta. Incluso miras por callejuelas por las que no tendría ni que pasar.
Te concentras en seguir el camino más rápido y más corto hacía tu piso. Pero no es suficiente para acaparar toda tu concentración.

Te da la sensación de que te siguen. Pero tienes miedo a mirar hacía atrás,
intentas mirar de reojo pero solo consigues ver tu sombra cuando pasas por debajo de las farolas de la calle.

Al doblar la última esquina antes de acabar el trayecto, miras con disimulo, pero miras. Nada, solo tú y tu sombra reflejada en la pared.

Los nervios disminuyen, coges las llaves y abres la puerta del portal.
Te miras al espejo del descansillo antes de empezar a subir. Te ves sudando, exhausto… y piensas: Quizás de verdad no me puedo fiar ni de mi propia sombra.